ya acabó su novela

Yo o Tú

Negado el diálogo. Infructuoso el encuentro. Una vez más confirmé la razón por la que jamás me resigné a permanecer en Huacho para mitigar el hambre de mi alma y el asedio inexorable del porvenir.

Publicado: 2014-03-24

Yo a los 50 y Tú a los 43. Padre de una hija y un hijo, yo. Madre de una hija, tú. Ochentisiete kilos, yo. Setenta kilos, tú. Treinta años de libérrimas lecturas, yo. Cinco años de estudios en turismo y hotelería, tú. Aunque lo único en que coincidiéramos fuera en estatura, dadas las circunstancias y los zapatos, era lo que más nos diferenciaba.

Un día me propuso ir a recorrer las montañas. "Vamos al Huayhuash. Anímate". Había convocado un grupo de gente interesada. Después de todo ese era su negocio: tentar para viajar. Atributos no le faltaron nunca para hacerlo. Mucho menos ambición. En mi caso, ir no suponía ser un cliente más sino el soporte proveedor de datos y contactos oportunos. En esas condiciones, haber nacido en Cajatambo me hizo visible para sus ojos y útil para sus propósitos.

A riesgo de correr riesgo de exagerar la primera vez que la ví, salvo por su apariencia, nada en ella me pareció impactante más allá del notorio contraste de tratarse de una mujer de apariencia poco común premunida de un alma bastante común.

Semejante el esmirriado Superman que atrae clientes en las puertas de las tiendas del Jirón de la Unión un día la vi cruzar el venerable portón del Museo de Huaura luciendo el inconfundible y riguroso aspecto de quien, en lugar de conducir visitante, parecía haber fugado de la saga de Indiana Jones.

Por mi parte, abandoné los tomos de la historia de la Independencia del Perú, que entonces consumía mis horas, para hacerme cargo de su grupo. Eran tiempos en que alternaba el entusiasta deber de hacer público mis solitarios entusiasmos de lector. Sin embargo, ella, apenas me confió su redil peregrino se alejó. Por esa decepción y no por otra cosa, nunca la olvidé.

Negado el diálogo. Infructuoso el encuentro. Una vez más confirmé la razón por la que jamás me resigné a permanecer en Huacho para mitigar el hambre de mi alma y el asedio inexorable del porvenir. Pues, al menos así lo creí entonces, sentí que no era a mi a quien negaba audiencia sino a la Historia, que se valía de mi presencia y de mi voz para hacerse presente en aquel reciento consagrado a la memoria de hechos gloriosos.

No obstante, aun cuando ella desapareció sin pena ni gloria; día a día, lectura a lectura, sutil y sigilosa, un día vi aparecer de la entraña misma de mis sueños y de mis manos "Sin tregua en la memoria" (www.larutadellibertador.blogspot.com) Libre al fin. Libro por fin.

Con todo, la volví a ver (después de todo Huacho es todavía una ciudad de breve andar). Entonces supe de su historia precedente. Recepcionista de un hotel (que le procuró no solo ingresos sino reproducción: seducida por un inescrupuloso brichero, luego de una tregua de once años, creyéndose amada terminó solo empreñada). Treinta y siete años, cinco enamorados, no más de una docena de cópulas (entre los 24, 25 y 26). Desengañada y deseada. Sola y perseguida. Once años de sonrisas y resignación. Once años conservando la cinturita lisa y las piernas bien cerradas. Prohibida. Desafiante. Distante.

Once años invicta y aburrida. Once años cansada de una familia de mierda que de tanto controlarla la condujo hasta el más sombrío descontrol. Once años invicta hasta que luego de una rauda visita al Archivo de la Nación, después de un par de cervezas, perdió la noción y el calzón. "Apenas fue una vez". Sin embargo, bastó ese apenas para dar vida a la oscura penitencia de su amorosa desgracia. Por siempre y para siempre.

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Escrito por

César Reyes Villanueva

Ensayista y cronista nacido en Cajatambo (Perú). Autor del blog: www.albumdepalabras.blogspot.com


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